Tengo una foto tomada desde lejos, en una casa de colonias a la que fuimos todos juntos. Stephen, Nameit y yo estamos en el suelo, se nos ve muy pequeños. Ella y yo, mirando a la cámara, mientras que Stephen no mira, tiene la cara vuelta hacia algo muy lejano. Su cuerpo está reclinado sobre un codo, y una de las piernas está doblada y otra está extendida. Es la imagen a la que quisiera volver una y otra vez. No recuerdo de qué hablamos, no recuerdo nuestro estado de ánimo en esos días, en esas semanas, pero si pudiera alguna vez volver a vivir un momento de la infancia, uno sólo, sería muy difícil poder escoger, pero probablemente me gustaría regresar a la semana en que fue tomada esa fotografía. Más concretamente, me gustaría poder volver al preciso instante de esa fotografía y prolongarlo, prolongarlo infinitamente. Que nunca nadie se saliera del marco, que nunca Stephen dejara de mirar al infinito, ajeno a nuestra presencia, sin necesitar nuestra compañía. De todas las cosas que se ansían en el mundo, la mayoría nos han sido conocidas en alguna ocasión, y esta sensación de la cercanía de Nameit y Stephen, es una de las más importantes.
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