jueves, 2 de septiembre de 2010

Mis musas


Tengo dos musas y tengo que darles de comer. Les doy generalmente una latita de atún a cada una de ellas, mezclado con un poco de mayonesa o con miga de pan, según el día. Tengo que dárselo en platos separados, y además uno de ellos come en el suelo y el otro en la mesa. No importa cuál coma en el suelo, se van alternando. Pero no se pueden ver mientras comen. No tienen celos el uno del otro, pero no conviene que estén demasiado tiempo juntos porque si no se distraen y dejan de alimentarse, y entonces adelgazan, se vigorizan excesivamente y comienzan a programar fugas por la ventana o por el hueco ventilador de la cocina.

Llevan un collar cada una de ellas, el gato Gus de color naranja con pequeños apliques metálicos. Es un collar muy ligero, que apenas le molesta. Al principio le puse uno que era elástico, se ponía sin abrir los extremos, pero pasó todo el día con la cabeza en una posición forzada, intentando quitárselo con movimientos inútiles muy penosos. El gato Edu lleva un pequeño pañuelo robado a una de las muñecas de mi hija, concretamente a una Nancy boy scout. Lo lavo todas las semanas y se lo pongo de nuevo. Es un pañuelo azul y blanco.

Algunos conocidos que entran en casa y los ven me dicen que los gatos no deben llevar collar, que son los perros. Los gatos son animales muy independientes y no les agrada llevar collares ni distintivos ni ropa para mascotas. Pero estos son diferentes, han venido a hacer una labor muy concreta, ser mis musas. Me guardan la inspiración, por lo que deben quedarse en casa siempre, no pueden salir.

A veces los dejo salir, sin embargo. Por separado, para hacer sus necesidades, y también para perseguir a alguna gata en celo. Siempre vuelven porque no van juntos y yo creo que se echan de menos el uno al otro. El gato Gus tarda un poco más en general. Un verano se lo pasó entero lejos de casa, y regresó en Septiembre. El gato Edu estuvo nervioso maullando todo el verano porque naturalmente no le dejé salir. Esto es porque una vez salieron juntos y aparecieron magullados y heridos, porque me parece a mí que cuando se van de picos pardos con los demás gatos, se meten con los perros. El gato Gus concretamente se había enamorado de una gatita muy de armas tomar, que perseguía perros. Lo que digo es literal. Cuando los perros venían a amenazar los alrededores de nuestra casa, la gatita se encaraba a ellos, y yo no sé lo que les decía, o si tenía algo que ver la serie de manotazos con uñas que les propinaba en el hocico y alguna vez en los testículos, pero los perros salían con el proverbial “rabo entre las piernas”, gritando aing aing y sin ganas de regresar.

Un día la encontré muerta debajo de un baladre rosa. Tenía una herida en el lomo, sin duda infligida por un perro mucho más grande que ella, que se había hartado de sus insolencias. La puse en una caja y la llevé al container, y aquí se terminó el noviazgo del gato Gus con la gata intrépida.

Cuando se me terminaban las ideas a pesar de la presencia de las dos musas, me dirigía a la playa por la madrugada cuando salían los pescadores y les pedía si me podían traer algún pulpo. Si lo conseguían, por la tarde me lo dejaban en un cubo al lado de las cajas donde ponían el pescado que cargaban en las furgonetas para llevarlo a la tienda, y entonces yo lo tomaba en mis manos, vivo todavía, me lo llevaba a casa como si fuera una mascota, y una vez allí le giraba la cabeza. No era lo más fácil del mundo, sobre todo porque los tentáculos se agarraban a los brazos para intentar liberarse. Pero lo tomaba por detrás donde tenía una abertura, y presionando en la parte bulbosa de la cabeza, la hacía pasar toda por el ojal que iba dilatando con los pulgares, hasta que tenía la cabeza del pulpo al revés, blanquecina por dentro. Al poco los tentáculos iban disminuyendo el ritmo de los movimientos, y costaba menos irse arrancarse las ventosas de los brazos.

Como nunca se me hubiera ocurrido comerme el pulpo, lo devolvía al mar por la noche, después de mirar su cabeza vacía por fuera durante unas horas. A veces me gustaba comer regaliz mientras lo miraba, y pensaba. El regaliz tiene una sustancia llamada glicirricina que tiene varios efectos muy interesantes, entre otros da una cierta euforia porque actúa de forma parecida a las cortisonas, y también disminuye el deseo sexual. De manera que es un alimento muy adecuado para estar viendo caer el atardecer mientras un pulpo con el cerebro del revés se contorsiona en sus últimos minutos de vida. Los pulpos tienen todos sus órganos dentro de lo que creemos que es su cabeza, incluido el corazón, el riñón, el intestino y el órgano reproductor. Por eso, probablemente al dar la vuelta al saco, se dañan órganos vitales y se muere lentamente. Hay otras maneras de matar pulpos, pero ésta tiene algo de ritual de sacrificio animal a los dioses, que me complace.

Mis musas nunca han comido pulpo, pero sí otros moluscos como navajas. Les gustan a la plancha, sobre todo si no les pongo sal. A veces tomamos navajas a la plancha los tres, Gus y yo en la mesa, y Edu en el suelo. A medida que se las van terminando van pidiendo más con maullidos impacientes, y les voy dando de las mías. Yo las acompaño con un poco de mosto que me compro en una cooperativa que está en un desvío de la carretera de Garriguella. Bien frío, es de las cosas más ricas para beber en verano. En invierno a veces lo que hago es que mezclo mosto con un poco de destilado, y le añado algo de brandy. Es una bebida de un sabor muy insospechado. Entonces le meto pulpa de granada y lo caliento. Es raro pero reconfortante. Me agrada la sensación de estar bebiendo algo único, sin compartirlo con nadie, por supuesto ni siquiera con mis musas.

Lo que más hacemos mis musas y yo, de todas maneras, es trabajar. Ellos dos se tumban en sus aposentos, tienen varios, diversas plataformas almohadilladas de colores, a diversas alturas, como si fueran casitas en un árbol gatuno. A Edu le gusta mucho meterse en una que tiene un hueco en la parte lateral. A Gus le gusta más meterse debajo de todo el tinglado y percibir así todos mis movimientos y los movimientos de Edu. Yo me siento en mi mesa, abro el portátil y me pongo a trabajar.

Para trabajar hago como el pulpo. Algunos dicen que para entrar en una especie de trance, que nada se interponga entre tú y la creación gramatical, por llamarla de algún modo, es dejar aparte nuestros conocimientos y empezar a regar de ideas el papel poniendo en marcha el cerebro derecho en lugar del izquierdo. Dejándose arrastrar por la serie de imágenes que nos ocupan la mente, prescindiendo de lo sabido.

Yo, en cambio, lo hago como el pulpo. Me vuelvo la bolsa del cerebro del revés. Le doy la vuelta a mi cabeza y expongo todo al aire libre, para que se ventile un poco, y entonces empiezo a ametrallar. No es que me funcione especialmente, pero el estado que consigo es a veces agradable, y además los gatos se quedan cerca, lo cual me hace pensar que les reconforta verme así.