miércoles, 29 de julio de 2009

Malcolm y Liora

Los hombres prefieren a las mujeres con curvas, pero se enamoran de las mujeres flacas.

No hay prácticamente ninguna mujer en el momento actual que sea tenida en cuenta como una mujer digna, elegante, graciosa y con clase, si tiene curvas. Las curvas, el culo gordo, las tetas gordas, el vientre prominente, los muslos gruesos, se asocian a feminidad, a sensualidad. Pero las mujeres que llamamos elegantes, bellas, inteligentes, sensibles, dignas, tienen una serenidad que se acompaña de esa ausencia de senos turgentes, ni siquiera elevados, esa inexistencia de nalgas redondeadas. La figura alargada, el talle longilíneo, la cabeza erguida sobre dos piernas largas, la estatura por encima de la media. Todas esas son las características que dotan a una mujer del carisma, de esa belleza serena que hace que digamos de ellas que son seres excepcionales. Pensad en alguna mujer a la que admiremos por su serenidad, por su clase y elegancia, por su saber estar y su prudencia y discreción, por su buen gusto, será con toda probabilidad una mujer delgada, alta o no pero delgada, estilizada, recta y erguida. Fibrosa, activa, ágil y ligera como una pluma, que se desplazará sin hacer ruido, se sentará ocupando poco espacio, recogiendo sus piernas en espiral. Sus ropas redundantes le caerán con belleza y armonía, sin ceñirse al talle ni revelar redondeces orondas.

Esa observación que a primera vista puede parecer superficial, sin embargo tiene una raíz más profunda de lo que se piensa. En nuestro final de siglo XX, seguimos con el prototipo de la Bohème. Las mujeres que enamoran a los hombres, que los hombres consideran como especialmente dignas de su atención, que permanecen en la memoria de los hombres, son las mujeres esbeltas. Las mujeres con caderas anchas, nalgas abundantes y senos excesivos, resultamos enormemente atrayentes y seductoras, pero no misteriosas. Sensuales y deseables, pero no interesantes. Llamativas y provocativas, pero no fascinantes.

Las mujeres gordas robamos a los hombres el cerebro pero no el alma y el corazón.

La visión, el tacto de dos senos elásticos, grandes, producen emoción y excitación, sueños y deseos. La piel se pierde en un bosque de sensaciones, los olores, las temperaturas. Los hombres sueñan con dormir ahí, permanecer ahí durante horas. Agarrar carne para situarse en el mundo. Pero no para permanecer en él.

Los hombres sencillamente no se enamoran de las mujeres gordas. No importa cuán delgadas sean, pero no gordas.

El motivo sin embargo no está en la redondez de las carnes de las mujeres, ni en el aspecto de globosidad flexible y trémula. El verdadero motivo está en la actitud enraizada de las mujeres que poseen ese don de la redondez.

Liora es una mujer especial, como hay pocas. Delgada por arriba, gorda por abajo. Cara muy delgada y hermosa, cuello muy largo, hombros pequeños, senos discretos, cintura pequeña, pero caderas anchas y voluminosos glúteos y muslos. La desproporción no genera una desarmonía sino una belleza distinta, un canon separado de lo estándar. Pero el cerebro de Liora ha sido modificado desde siempre en función de sus formas.

Hasta hace muy poco, menos de un año, había pensado firmemente que la forma del cuerpo no tenía ninguna importancia a la larga en la visión de ella que se formarían las personas, especialmente los hombres. La condición de cuerpo no perfecto, con las generosas formas de su culo y piernas, no tenía por qué influir en sus ambiciones y sus objetivos. Cualquier cosa sería alcanzable, por definición, cómo iba a afectar la forma del cuerpo a algo como el amor y la inteligencia, en que para nada influían.

Pero desde esta tarde Liora comprende con profundidad y como un flujo rápido e interminable de ideas, que no es así. Ahora, cuando se halla hermosa y armoniosa, cuando le gusta mostrar su cuerpo y se siente orgullosa de sus diferencias, ya totalmente adaptadas a la edad, cuando se siente en consonancia con los movimientos de sus muslos y con la visión especular de sus caderas. Ahora cuando le gusta más su propio cuerpo que el cuerpo de las demás. Ahora justamente es cuando lo comprende y lo ve claro: los hombres no se enamoran perdidamente de las mujeres como ella. Los hombres no lo dejan todo y toman decisiones por mujeres como ella. Está lleno de ejemplos en todas partes, y desde esta conversación con Malcolm le ha quedado claro.

Malcolm le ha dicho, “Ya sé lo que puedes hacer por mí, tú puedes curarme”. Ante la mirada interrogante de Liora, Malcolm sonriente siguió diciendo, “Yo no puedo enamorarme de una mujer gorda. Es algo que no me gusta de mí mismo pero no hay nada que pueda hacer al respecto. Sencillamente no puedo. Puedo enamorarme de una mujer delgada, no importa cuán delgada, esquelética. Pero no de una mujer gorda.”

Al principio Liora se había sentido divertida por esta afirmación de Malcolm, había bromeado con su condición de gorda, que Malcolm había negado, diciendo que ella no era gorda, únicamente no era delgada, pero no era gorda.

Pero la condición de gorda parece ahora como un atributo más adherido al propio ser de lo que pensaba inicialmente. Ella misma se cree gorda, por eso no permite que los hombres se acerquen a su alma. Permite que la abracen, que la rodeen, que la estrechen, que permanezcan horas rendidos a su lado. Pero no llegan a su alma nunca. Porque ella no lo permite. Algo en su cerebro gobierna estos atributos. Algo que hace que disfruten sensualmente de la vida, de la comida, del aire libre, de la libertad, de la bebida. Que no tomen drogas, que les guste dormir, que amen la placidez y la contemplación. Algo que gobierna el depósito suave de grasas en sus caderas y en sus vientres y pechos, en sus mejillas y piernas. Ese mismo cerebro las condiciona para que sepan que son objetos del deseo pero no de amor. Amarán como nadie, pero no serán amadas, nada más que por unos pocos que constituyen excepciones. Su amor siempre será infinito, pasional y unidireccional. No serán amadas por aquellos a quienes amarán.

Un miedo se apoderó de ella. Miedo y vértigo de haber vivido hasta ese momento ignorante por completo de este hecho. Miedo de haberse desplazado por los años de su adolescencia, juventud y ahora plenitud, sin haberse dado cuenta de cómo era vista y sentida por los demás, cómo era percibida por los hombres que ella había amado. Cómo habían estado a veces a punto de enamorarse de ella, pero un freno invisible del que ni ellos ni ella eran conscientes, habían puesto fin a las historias de amor. Cómo una barrera infranqueable la separaba del amor incondicional de los hombres a los que había amado incondicionalmente. Cómo la había separado de Emil. Y eso que la había separado, que la había dejado casi a las puertas de conseguir el amor de Emil para toda su vida, era precisamente algo que estaba en su cerebro.

El cerebro nos prepara para ser gordos, no solamente prepara a nuestro cuerpo sino también prepara a nuestra mente. Los genes que hacen que alguien sea extremadamente flexible e hiperlaxo hasta los extremos del contorsionismo, también hacen que las personas sean nerviosas, ansiosas y angustiadas. Los genes que rigen la forma y el número de vertebras en la columna vertebral, también modifican el carácter y hacen que seamos propensos a sudar en exceso y a agobiarnos y dormir mal. Está claro. No hay duda de que los genes que gobiernan las formas orondas, también otorgan esta personalidad insegura y tendente a basar su atractivo en el placer y en la pasión. Lo que nos hace gordos nos hace apasionados y felices, nos hace emocionantes y sensuales. Pero impide que nos amen, porque se respira la inseguridad detrás de toda esa energía y alegría. No somos apuestas seguras para toda la vida, somos demasiado vulnerables y cambiantes, apasionadas y temperamentales. Tranquilas y armadas de una dosis extra de medicina contra el rechazo. Nos hace capaces de aceptar las críticas con sonrisas, nos da una seguridad en nosotras mismas que es tan frágil como bien elaborada.

Tan frágil que puede venirse abajo sólo con un sonriente Malcolm, tan directo y contundente, “Nunca podré enamorarme de una gorda”.

La condición de gorda no es relativa sino absoluta. No es una característica continua sino discreta, no cuantitativa sino cualitativa. Es sí o no. Es gorda o no es gorda. Si es gorda, entonces Malcolm no podrá enamorarse de ella. Lo intentará hasta el último momento, convencido de la hermosura del alma, de la belleza del ambiente alrededor de ella, pero en el ultimo momento, justo cuando estaba a punto de lograrlo, algo saltará y evitará que Malcolm se enamore de la gorda.

No tendrá algo que ver, en definitiva, no es lo mismo, no es equivalente? Las mujeres de la vida de Malcolm son delgadas. Las mujeres que pasan por la vida de Malcolm dejando una pequeña memoria de amistad y brillo y efervescencia, pero no huella profunda, estas mujeres que no le han enamorado. Son mujeres que o bien se han sentido defraudadas demasiado temprano por sus ansias de independencia, por su actividad febril imparable.

O bien son gordas, de las que Malcolm no se ha podido enamorar por más esfuerzos que ha hecho para intentarlo.

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